ROMEO Y JESÚS

Hola amigos. Ayer asistí a un encuentro que trasciende los tiempos. Durante siglos, una serie de personas enamoradas de un MAESTRO, se imponen las manos para bendecirse y ENVIARSE frente a una misión DIVINA, dirigida, nada más y nada menos que por el CREADOR de todo lo que nuestros ojos alcanzan a ver y lo que no. Ellos son SACERDOTES.

Ese día de lluvia, que llenó un poco más nuestros embalses y nuestros ríos, también bautizó de nuevo, el Espíritu de cuatro diáconos que decidían emprender la gran aventura de sus vidas. Por que, por experiencia, sé que entregarte a las manos de Dios, es no tener ni idea de por dónde vas a ir. Sin embargo, una cosa es segura, te llevará a los rincones más inhóspitos e imposibles, que tu ya habías desechado, para demostrarte, de lo que eres capaz junto a Él.

Así le ocurrirá a Romeo, el diacono que yo conocía de entre todos. Sintió la llamada, esa que intentó poner a prueba, pero que no pudo rechazar cuando alguien preguntó por aquel que dejaría todo para anunciar el evangelio. Y como un esposo a su esposa, decía, SÍ QUIERO. De ese modo tan sencillo decidía UNIR su vida con su «Julieta», que en este caso tiene nombre de Mesías: JESÚS. Una bella historia de AMOR que empezó en un lejano pueblecito: Ányama, cerca de Abiyán, Costa de Marfil, de la mítica y milenaria África.

Ahora ya sabe lo AFORTUNADO que es al ser un soldado del Rey de reyes, cuya espada es la palabra que explica con cada gesto, que DIOS ES AMOR INCONDICIONAL. Porque esa es ahora su difícil, pero con Dios, no imposible, misión: servir al hermano con la entrega que su Maestro le enseño, caminando con nosotros, y llevando una CRUZ, que nos mostró que vivir es morir, cuando sin AMOR me quedo, y morir es VIVIR, cuando al amor me entrego.

La Universalidad de la Iglesia católica, tiene el orgullo de tenerle entre sus filas, tal y como lo mandó el Señor, en todos los lugres de la tierra, sin fronteras. Y así se sentía en aquella Iglesia burgalesa del Carmen. Con un obispo que se enorgullecía de ellos y pedía más vocaciones, para poder seguir adelante, todo el tiempo que nos sea posible, en la dura misión del ENCUENTRO FRATERNO.

¡Cuantos Santos, cuanta nobleza: todos los ángeles y gran pureza! Así podría definir las llamadas que en el templo carmelita se hicieron, a todos los miembros de la Iglesia TRIUNFANTE, mientras recibían tal SACRAMENTO.

Sólo me queda, darles las GRACIAS, a estos ministros que desafían a un mundo, sumido en la esclavitud del consumo que estimula los sentidos, sometiendo al ALMA. Aunque siempre habrán muchos rebeldes, dispuestos a dejarse seducir, por lo que nunca falla.

LOVE, Carmen.

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