Hola amigos. El otro día asistí a una reunión muy curiosa que más que yo buscarla a ella, ella vino a mí de la mano de un sacerdote lleno de dulzura y bondad llamado José Luis, que un día se me acercó en un teatro viendo un musical de rock hecho por unos seminaristas de Burgos. Si habéis leído bien, musical de rock por seminaristas, “A corazón abierto”. Por supuesto Jesús era el tema principal, pero aderezado con música original de estos creyentes artistas que se atrevieron a ser jóvenes de hoy buscando el amor que es y está siempre buscándonos.
El caso es que el padre José Luis, lleno de ese bello halo característico de los hombres consagrados, me invitó a ir un lunes a venerar al Cristo sacramentado de una humilde capilla en la que se reúnen desde hace tiempo varios creyentes. Hasta me llamó por teléfono 2 días antes para recordármelo, por lo que no tuve excusa y allá que me fui.
En un principio me animé por la bondad que desprendía aquel hombre y por buscar sentir aún más a Jesús en una de esas formas que Él, hace tiempo, decidió utilizar para estar siempre cerca de nosotros. Sin embargo, después, no pararon de ocurrir acontecimientos un tanto trágicos no sólo personales sino también a amigos de mi entorno que valoro mucho. Así es que ya tenía más razones por las que asistir al evento. Pero si os digo la verdad, todas mis expectativas cayeron por tierra, como muchas veces me pasa, cuando me encontré la realidad.
Para empezar, llegué algo tarde porque la luz de mi bici me dio problemas, con lo que la primera parte del rezo me la perdí. Luego en la reunión, me encontré con algunos hermanos un tanto variopintos. Yo era la más joven y me recibieron con mucho cariño, pero cuando intervinieron en la reunión expuesta por don José Luis, me di cuenta de muchas cosas.
Aquello bien podría aparecer en una película pintoresca, porque mientras uno no hacía más que intervenir y hacer preguntas polémicas, a mi juicio poco misericordiosas a pesar de que el tema iba de eso, el pobre sacerdote trataba de lidiar con la situación a la vez que el resto parecía conocer a aquel integrante que tan fiel a Cristo decía ser, y criticarlo por lo bajinis. Yo en medio de aquello, trataba de intervenir después de escuchar un montón de explicaciones sobre la trascendencia del pecado, sobre todo cuando, se apuntó que sólo un sacerdote podía perdonar y sanar el alma. Yo pienso que pueden, pero eso no significa que no haya otras vías.
No me mal interpretéis, fui a escuchar y no a exponer mi perspectiva sobre como creo que la iglesia, anclada en siglos remotos, podría mejorar para hacer frente a las necesidades del siglo XXI, en especial las cuestiones relacionadas con los jóvenes. Entiendo que se quiera conservar aquello tan valioso que se forjó hace siglos con gran recelo, pero el pensamiento humano unido a Cristo, puede avanzar y un buen ejemplo de ello es nuestro Papa. Por ello, intervine lo justo, a veces con escuetas preguntas en las que observé como don J.Luis meditaba y terminaba dejando la respuesta en manos de la misericordia infinita de Dios.
Pero todo no acabó ahí. En cuanto volvimos frente a la Santa Forma, el espontáneo de antes comenzó a intentar guiar al grupo en otras oraciones, a lo que el pobre cura respetó e intentó ponerle sentido del humor y posteriormente, como si aquello no me pareciese suficiente esperpéntico, me dio la sensación de que uno de los fieles, cuyo aliento revelaba su afición al vino, ensalzaba mis posibles atributos de una manera sospechosa… Y es que aquello que yo iba buscando, se transformaba en otra idea.
A punto estuve de pensar que no volvería por allí nunca más, sin embargo me comprometí a comprar un libro que andaba buscando hacía tiempo, ¨De María a María¨, en la pequeña librería que tienen, y debo volver. Además no podía abandonar a ese dulce sacerdote que apareció de forma enigmática en mi vida.
Así, entendí aquello que yo misma le aconsejé pocos días atrás a una joven mujer Rumana que pedía en la calle limosna; cambiar de aptitud y en lugar de pedir, dar, confiando en que Dios siempre responde pero de forma distinta la que esperamos. Estaba en mi cabeza ya, o quizás debería decir en mi corazón. Dando, se recibe todo. Es normal compadecernos, pero no es el modo. Si de verdad creemos, confiaremos en que en Dios se tiene todo y aquel que se dedica a dar, está en Él y recibirá, aunque eso sí, no como tú piensas. Quizás para entenderle hay que ver más allá.
Ya veis, sí hallé una respuesta. Sigue adelante dando, Él está contigo. Hasta mi hijo pequeño me lo dice. Por eso volveré y aportaré mi granito de arena con la misma dulzura y delicadeza que me transmite aquel hombre, sin abandonar.
Dios nos acompaña siempre y quiere soldados activos que dan, sabiendo que todo lo bueno, llegará si abrimos bien los ojos del alma y no tanto del pensamiento limitado del hombre.
LOVE, Carmen.