¡Hola amigos, en este bello día de la Virgen del Carmen! No quería dejar de escribir algo sobre ella, no sólo porque es la advocación que me corresponde por mi nombre, sino también por la gran repercusión que tiene y su bello mensaje.

Los marineros la evocan para llegar a buen puerto. Para que sea su estrella guía. Una estrella que implora a Dios por nuestro destino, sabiendo que la escuchará por tanto AMOR que nos procesa.

Pero esta vez, quiero fijarme en la imagen que tenemos de ella. Porque hay muchas pinturas y esculturas que tratan de captar, sobre todo en su rostro, la expresión de esa MADRE que AMA y sufre por todos los hijos de Dios. Y nos recuerda que su JESÚS lo dio todo en una cruz, y que de nosotros depende, honrarle o no.

Hoy en día, si muestras un gesto: dulcemente triste, la respuesta que se obtiene, no es precisamente de éxito. La supuesta admiración está sobre rostros con mensajes bien distintos. Pero sabemos, que no son los que queremos como amigos porque no dan CONFIANZA. Nadie quiere a un soberbio en su vida. Aunque sea esa la apariencia que nos venden y triunfa en las portadas afamadas.

Ella no necesita aparentar. La basta sólo con SER quien es: aquella que todos queremos tener por amiga, por intercesora, protectora, por MADRE.

Por eso es tan grande. Sufre cuando uno de nosotros cae. Y siempre está dispuesta a recogernos si la pedimos con devoción.

Gracias Madre por no querer elogios superficiales y efímeros, que duran hasta que caes. Tú no necesitas apariencias, ni te importo caer con cada uno de nosotros para levantarnos. Qué alivio saber qué algún día, tu cara de ángel, dulcemente triste, brillará algún día con total alegría, con autenticidad, porque ya no haga falta, sacar a nadie de su cruz y podamos compartir esa LIBERACIÓN juntos.

¡Viva la dulce Madre de Dios y madre nuestra!

¡Viva la Virgen del Carmen!

Love, Carmen.