Hola amigos. Hace una semana algunos titulares decían: «El Mediterráneo convertido en una fosa común. Más de 900 muertos. Muertos sin historia, muertos de nadie”. La magia de algunas personas, contrarrestaba la desgracia con hechos recogidos en estas afirmaciones; “Nunca voy a dejar a nadie en el mar. Los únicos que representan lo que Europa debería ser son aquellos que, salvan vidas todos los días corriendo el riesgo de violar las leyes”. Héroes comprometidos pero que no son suficientes. El resto les hemos fallado. Ante esto se me ocurre que podría haber una solución que sólo sabe cuál es cada uno de nosotros si nos hacemos una única pregunta; ¿qué puedo hacer yo personalmente para mejorar esta situación?
Si nos comprometemos a llevar a cabo la respuesta que de nuestro corazón brote, podremos transformar esta desgracia de muchas maneras, tantas como respuestas hallemos. El otro camino es mirar a otro lado y seguir con nuestras vidas como si no nos importaran, o mejor dicho: no nos importáramos.
Para poder trasladaros esto y lo que percibo sobre estos hechos fatídicos de aquellos seres humanos que pueden sentir que “nada tienen que perder”, necesito que os dejéis llevar por un relato cuyo personaje tiene nuestro nombre, porque podría ser cualquiera de nosotros, pero le llamaré “Luz”.
Luz nació en un lugar donde el hambre y la guerra eran una constante. Sus padres se lamentaban al ver que no podían darle todo lo que se merecía, pero la impotencia ahogaba su sufrimiento con silencio. Luz oyó hablar de esperanza en aquellos que lograron ir a otro lugar en el que existía la posibilidad de al menos dejar de sentir el dolor del hambre en el estómago y el de poder descubrir las mil y una artes que en sus sueños, podría hacer con su talento al servicio de los demás.
Creció con esa ilusión en su mente, unida a la esperanza de que la justicia tendría que permitir aquello, hasta que un día se decidió a hacerlo. En sus aún inocentes ojos, aquellos sueños de la niñez permanecían mientras de manera temeraria surcaba los mares apilado en una pequeña barca con otros seres sufrientes e ilusionados, en parecida situación.
Luz; tú, yo, quería creer que todo iba a salir bien a pesar de aquella temeridad, porque nada podía ya perder, excepto una vida llena de desolación e incertidumbre constante. Luz, tú, yo, creía que todo iría bien porque tenía que haber alguien a quien le importara su existencia y le rescatara de todo aquello que sufría cada día. Luz, tú, yo, quería creer que quienes estaban al otro lado de la miseria, le entenderían y tendrían el suficiente corazón como para recibirle con compasión y generosidad.
Pero finalmente, las olas cumplieron su misión y su barco naufragó, haciendo que Luz cayera al mar precipitadamente con el corazón partido por el horror de aquel final que no le parecía justo ni humano. ¿Qué estará fallando? Fue el último pensamiento que dejó sobre este mundo lleno de fronteras discriminatorias.
Ahora solo quedan nuestras respuestas. El miedo o el valor, el amor o la indiferencia, responderán a Luz, un buen día, que puede ser hoy. No hay tiempo que perder. Tú, yo, estamos en esa barca a punto de caer. ¿Habrá justicia esta vez?
LOVE, Carmen.