Hola amigos. Hoy os quiero contar una experiencia interesante que viví hace unos días en una peluquería.
Os pongo en situación; yo con el pelo lleno de tinte para tapar algunas canas que ya empiezan a asomarse y para ponerme un mechón azul, que se me había antojado llevar, dos peluqueras jóvenes (y muy guapas), una con novio, la otra sin novio y otra clienta de avanzada edad, pero con gran vitalidad y experiencias interesantes que contarnos, que enseguida empezaron a ser compartidas, de una manera espontánea, gracias al ambiente familiar y distendido que allí se formó entre nosotras.
Sin saber cómo, llegamos a un punto de la conversación en el que la mujer mayor, a la que la voy a llamar, María, intentaba darle consejos a la peluquera que aún no tenía novio, que la voy a llamar, Judit.
María comenzó diciéndola, “no te esperes encontrar un hombre perfecto porque todos los hombres son de segunda. Yo me casé con un hombre muy bueno y trabajador, muy culto y honrado, pero mientras yo me encargaba de todas las tareas, los hijos, la casa, de resolver todos los pormenores de fiestas que se organizaban en casa con gente de prestigio, él no era colaborador. Yo le resolvía todo y además le complacía cuando él tenía ganas de intimar conmigo pero a mí no me apetecía; me pregunto, si la cuestión se hubiese dado a la inversa, si él hubiese sido tan condescendiente conmigo.”
Llegado a este punto, podréis imaginaros la cara de “circunstancia” de Judit, que seguramente en sus más íntimas fantasías, ese prototipo de hombre no existía. Porque además he de confesar, que yo asentía a todo lo que la mujer contaba, quizás esperando que nos desvelase más de todo ese saber que ella había acumulado a lo largo de su extensa vida.
“No me mal interpretéis (continuaba diciendo), fui feliz a su lado, pero a pesar de todo lo que me ofreció, entre lo más valioso, a mis queridos hijos, me faltó más… Por eso os digo, que los hombres son así, de segunda. No son como nosotras que tenemos la capacidad de darlo todo, allí donde haga falta, sin límites.”
Fue triste oír aquella afirmación, pero no fuimos capaces de rebatirla. Ni siquiera yo que soy bastante combativa…
Días después, se lo conté a un hombre, de mi confianza, esta misma historia, esperando su reacción ante esa dura opinión. Su respuesta aún me alarmó más, pues dijo; “¿pero la faltó algo a esa señora?” Imaginaros el chasco que me llevé (si sois mujeres me entenderéis y espero que si sois hombre, también).
Ahora, tras reposar todas estas reflexiones, me atrevo a contaros esto por varias razones: la primera, el poder llegar a alguien que quizás sin darse cuenta, esté convirtiéndose en eso; “un hombre de segunda”. Otra razón es alertarnos a todos de este hecho que no nos conviene a nadie y del que todos somos responsables. Los que tenemos hijos, creo que tenemos la responsabilidad de que esto no suceda con nuestros hijos y los que tenemos al lado a algún hombre educado del modo tradicional, la responsabilidad de ir mostrándoles otras posibilidades, en la medida de lo posible. Además, si yo hubiese sido hombre, me hubiese gustado que alguien me hubiese contado esto, ya que tengo afán de SUPERACIÓN.
El amor verdadero existe, si nosotros somos capaces de EDUCARLO, en algunos casos o quizás en muchos. El enamoramiento pasa, y la realidad cotidiana se encarga de mostrar la verdad de cada uno, una realidad en la que las mujeres necesitamos a nuestro lado UN COLABORADOR para todo, formando un EQUIPO homogéneo, donde todos estén dispuestos a DAR, sin esperar que los demás lo hagan por nosotros. Los tabús, clichés, estereotipos y demás, SOBRAN. El amor trasciende por encima de ellos.
Chicos, VOSOTROS PODÉIS dejar una huella imborrable y duradera como LA OTRA MITAD o como, aquella parte…, porque sobre todo, de vosotros depende.
LOVE, Carmen.