Hola amigos. Este 13 de Mayo es un momento histórico, independientemente de la ideología de cada cual, el hecho es que tres inocentes niños, portugueses -Lucia, Jacinta y Francisco- comunicaron al mundo, nada más y nada menos, que se les había aparecido, ¡LA MADRE DE DIOS!
Se les ocurre decir eso a mis hijos y confieso que: “Me daría un patatús”. Y es que tan fuerte fue la repercusión; que cien años más tarde, hasta el actual representante de Cristo en la tierra, acude a ese misterioso lugar para entregar una rosa de oro a la mujer más extraordinaria del universo, como símbolo del amor por Cristo y también asiste, para canonizar a dos de los pastorcillos: Francisco y Jacinta. Lo de Lucía aún tiene que esperar, porque tuvo una vida muy dilatada –del 1907 al 2005- y llena de testimonios por investigar concienzudamete.
Menuda la que liaron cien años atrás diciendo que una bella mujer, a la que denominaron, LA SEÑORA DEL ROSARIO, les había contado 3 secretos. Y para colmo, no quisieron revelar el tercero, costándoles la cárcel. Porque no es nada sencillo ser creído cuando quieres compartir algún descubrimiento referido a lo que puede ser considerado dentro de lo normal, con lo cual, me imagino que decir algo así, fue muy duro para ellos. Desde luego, algo muy grande les tuvo que mover a dicha acción, sea cual fuere su verdadera naturaleza.
Yo estuve allí el pasado verano y me sentí escuchada… Pero ese es otro tema.
El caso es que cien años después, habrá muchos que esperen que vuelva a darse el “Milagro del sol”. Yo sin embargo, creo que el mayor milagro que puede darse, es que nos sintamos más cercanos los unos con los otros, para hacer frente a todo lo que se nos ponga por delante, con mayor calidad humana. Esa es mi petición y el milagro que juntos podemos hacer todos, si nos criticamos menos y nos ayudamos más.
Por eso, desde mi humilde posición, llenándome de la de “La más grande”, pediría a todos que tratásemos de ser mejores personas, mirando al prójimo como a uno mismo. Y antes de tirar la primera piedra, ponernos en los zapatos de quienes son hijos del mismo Creador.
No sirven de nada las palabras si no van acompañadas del fervor suficiente como para llevarlas a cabo.
Pidamos ese fervor a María, a los Santos y al mismísimo Cristo, pero después, salgamos dispuestos a manifestar nuestra verdadera voluntad, porque al árbol se le conoce por sus frutos no por su pompa.
LOVE, CARMEN.