Hola amigos. Aquí estoy hoy, en una peluquería, embadurnada de tinte, tratando de aprovechar el tiempo con vosotros escribiendo sobre una cuestión pendiente por los cristianos de todo el mundo ante: el enfrentamiento que existe ya desde hace demasiado tiempo entre las diferentes identidades cristianas.
Para entender temas complicados suelo acudir a símiles cercanos simplificados.
En este caso creo que acudiré a mis propios hijos que cada día me enseñan mucho. Ellos son un claro reflejo de cómo nos tratamos los hermanos entre sí. Y creo que no hace mucha falta que lo describa: ¡Qué si me has quitado el sitio, qué si me has cogido mi juego, qué si me has empujado…!
Yo ya últimamente les he dicho algo muy serio y, ¡no os vayáis a pensar que se lo han tomado a ‘jauja’!
Ni corta ni perezosa les he soltado que el reto más importante para ellos debe de ser tratar a su hermano tal y como les gusta ser tratados o sino Dios no va a dejar de poner la cara sería con ellos que pone (y que supuestamente yo veo), porque les quiere mucho y le disgusta verles tratarse mal.
Pues yo toda preocupada por si me he excedido con lo que les he ‘plantado’ y resulta que estoy comprobando que su actitud comienza a cambiar…
Por eso ahora quería trasladar esto a lo más complejo. Creo que es URGENTE que en esta gran familia cristiana que hemos creado a través de los tiempos, resolvamos concienzudamente las desavenencias que arrastramos. No me extraña nada que sí, ni nosotros mismos somos capaces de estar unidos en lo fundamental y respetar el resto de opiniones con humildad, nos ganen terreno otras creencias que; prometen la felicidad, promueven el conformismo y la resignación, matando la esperanza, la lucha con esfuerzo y el ánimo de superación sabiendo que nunca estás sólo y que éste sólo es el principio de la historia de amor más bella que ha creado Dios con sus amados hijos.
Pero para ser verosímiles, antes tenemos que dar ejemplo en nuestra gran familia aún enfrentada. Es fácil observar como entre nosotros nos reprochamos determinadas creencias o hábitos, en lugar de amarnos y en consecuencia tratarnos con ternura, complicidad y comprensión. Más bien nos JUZGAMOS DURAMENTE sin tener en cuenta que debemos ser fieles al nuevo mandamiento que Cristo nos encomendó: “Amaros los unos a los otros como yo os he amado”. Los reproches, no son el modo, ni creernos por encima de la verdad del hermano, sin tratar de aceptarle tal y como es, con el DIALOGO respetuoso y atento que no busca confirmar nuestra teoría sino encontrar un CAMINO COMÚN junto al Maestro.
Os animo a que demos más pasos, como seguro ya lo hacen desde todas las partes del mundo. Fuera verdades absolutas que sólo Dios puede afirmar y entendámonos desde ese lugar sagrado en el que habita nuestro ser más puro, con Jesús como guía a través de los evangelios y de TODOS sus hermanos SIN EXCEPCIÓN.
LOVE, Carmen.