XXI siglos después y aún seguimos casi igual…

Página 108 del libro. Aquí el casi recién estrenado, Mariano (si leéis el libro me entenderéis mejor), es testigo de una de las intervenciones de Jesús y sus apóstoles.

―Parece que el Maestro ha hecho amistad con una samaritana ―les decía mientras ellos acudían a ofrecer a Jesús de comer, y Él simplemente les trataba de explicar que no era momento de eso.
―¿Qué ha ocurrido? ―siguió interesándose Santiago, que era el único que permaneció hablando con Mariano.
―Que como siempre, vuestro Maestro ha sabido escoger el contacto adecuado para hacerse con las masas. Dicho de otra forma, ha hablado con una amable mujer, que ha caído cautivada ante sus palabras.
―¿Con una mujer y encima samaritana?
―¿Qué pasa, los samaritanos tienen la lepra, y si encima son mujeres, les sale fuego por los ojos? ―replica Mariano, intentando contener su indignación.
―¡Oh, vamos!, las mujeres tienen otras funciones, y los samaritanos no son de los nuestros.
―Pues, sorpresa, los samaritanos son muy queridos por Dios, y las mujeres más ―respondió chulescamente, como saliéndole del alma.
―Tú siempre las tratas de forma diferente, ¿verdad? ―insinúa Santiago.
―Por eso me adoran ―presume Mariano, consiguiendo que una fuerte risa procedente de Santiago, llamase la atención del resto.
―Tenemos aquí a todo un conquistador ―señala Santiago, mientras todos miran con escepticismo a Mariano, que siente cómo aquellos hombres lo aceptan porque Jesús lo hacía, pero que en realidad no sentían demasiadas simpatías por tan extraño hombrecillo.

¿Qué narices hago aquí y cómo salgo de esta?

Página 50 del libro. Aquí se puede ver un poco, como la protagonista lucha por sobrevivir en un lugar casi desconocido para ella. ¿Qué cómo llegó allí?. Eso hay que leerlo…

Cuando al fin recogió algo de miel, queso, pan y unas cuerdas, que colocó en un trapo de cuero atado a su cinto, y consiguió adquirir la suficiente seguridad en sí misma como para salir ahí fuera, reproduciendo lo que había visto hacían los hombres, un imprevisto frenó su esperada escapada. David entraba inesperadamente en casa para recoger un trozo de pan que su madre había olvidado en la casa. María, al verlo llegar, inicialmente, decidió esconderse, pero aquella vieja casa no tenía muchos rincones en los que hacerlo, por lo que simplemente se topó directamente con el muchacho, sin saber qué hacer o decir.
David la observó primero extrañado y algo asustado, pero inmediatamente después, ciñó el entrecejo, a la vez que una gota de sudor empezaba a asomarse por la frente de María, que permanecía inmóvil, mientras intentaba hallar una solución, ya que una cosa la tenía muy clara, bajo ningún concepto soportaría ni un minuto más la humillante situación que había vivido hasta ese momento, si tenía que robar, robaría, si tenía que mentir, mentiría y si tenía que amordazar a aquel muchacho cuya mucosidad siempre tenía protagonismo, lo haría sin dudarlo.

Pero porqué abriría yo la boca…

Página 31 del libro, diálogo entre la protagonista, presidenta del gobierno español y un sacerdote, tras un discurso algo polémico que, ésta, dió en Salamanca y donde el tema de la religión sin propiciarlo directamente por la presidenta del gobierno que da la charla, queda casi excluido.

―Yo solo entiendo que el fanatismo religioso no admite a homosexuales, entre otros miembros de la sociedad, por no hablar de la cantidad de acontecimientos injustos en la vida que ese Dios permite.
―¡Siempre echando la culpa de lo que hacemos a los demás! No creo que Dios haga injusticias, ni que seamos nosotros los mas apropiados para juzgar lo que desconocemos. Y con respecto a los homosexuales, Cristo no los condena, y Él es el que ha dado término a la ley, porque es el que puede hacerlo al ser Dios mismo. ¡Ve como no ha leído a Cristo!
―No se ha parado a pensar que quizá sea todo una falacia, que un buen hombre llamado Jesús, con una considerable pedrada en la cabeza, hizo creer a sus discípulos deseosos de vivir la experiencia que Éste les prometía. Él muere, desaparece su cuerpo y deciden exagerar sus testimonios para darles más credibilidad, pero la realidad es que Dios es, si existe, un terrateniente al que no todos le importan.
El padre Ángel, permanece unos instantes pensando cuál puede ser el motivo por el que llega a tales conclusiones, para exponer la mejor respuesta.