Página 108 del libro. Aquí el casi recién estrenado, Mariano (si leéis el libro me entenderéis mejor), es testigo de una de las intervenciones de Jesús y sus apóstoles.
…
―Parece que el Maestro ha hecho amistad con una samaritana ―les decía mientras ellos acudían a ofrecer a Jesús de comer, y Él simplemente les trataba de explicar que no era momento de eso.
―¿Qué ha ocurrido? ―siguió interesándose Santiago, que era el único que permaneció hablando con Mariano.
―Que como siempre, vuestro Maestro ha sabido escoger el contacto adecuado para hacerse con las masas. Dicho de otra forma, ha hablado con una amable mujer, que ha caído cautivada ante sus palabras.
―¿Con una mujer y encima samaritana?
―¿Qué pasa, los samaritanos tienen la lepra, y si encima son mujeres, les sale fuego por los ojos? ―replica Mariano, intentando contener su indignación.
―¡Oh, vamos!, las mujeres tienen otras funciones, y los samaritanos no son de los nuestros.
―Pues, sorpresa, los samaritanos son muy queridos por Dios, y las mujeres más ―respondió chulescamente, como saliéndole del alma.
―Tú siempre las tratas de forma diferente, ¿verdad? ―insinúa Santiago.
―Por eso me adoran ―presume Mariano, consiguiendo que una fuerte risa procedente de Santiago, llamase la atención del resto.
―Tenemos aquí a todo un conquistador ―señala Santiago, mientras todos miran con escepticismo a Mariano, que siente cómo aquellos hombres lo aceptan porque Jesús lo hacía, pero que en realidad no sentían demasiadas simpatías por tan extraño hombrecillo.