Página 116 del libro. Aquí se puede leer la primera impresión del encuentro de la protagonista con la madre de Jesús de Nazaret, que tiene un bello lugar en el libro.
En pocas horas, llegó a la pequeña aldea. Le fue fácil dar con el paradero de María, pues parecía ser bien conocida en aquel lugar, lo cual no la extrañaba. Mientras llegaba a la casa, pensaba por el camino como tendría que presentarse para causar buena impresión. Los nervios no la dejaban meditar con nitidez, hasta que intentó quitar importancia al tema. Pero, comenzó a temblar de nuevo, al ver a lo lejos a una mujer, que a pesar de adentrase quizás ya en los cincuenta, poseía gran belleza, aún teniendo oculto su cuerpo por largas y sencillas prendas.
Mientras aquella mujer, daba de comer pienso a las gallinas que tenía en un corral al lado de la pequeña casa, una voz que la llamaba interrumpía su tarea.
―¡María, entra!, la mesa ya está puesta.
Pero esa tal María, observó cómo un joven se acercaba hacia ella, y se quedó quieta esperándolo, para atenderlo.
―¡La paz sea contigo! ―dice Mariano, tímidamente.
―¡Y contigo! ―devuelve María el saludo, observando cuidadosamente al muchacho que tenía frente a ella.
―¿Es usted, quizá, la madre de Jesús de Nazaret, hijo de María y José el carpintero? ―pregunta Mariano, creyendo conocer ya la respuesta de tan dulce rostro.
―¡Sí!, así es. ¿Sabes algo de Él? ―pregunta ella ansiosa, iluminándosela los ojos por momentos.
―Lo cierto es que…, sí ―responde Mariano, que observa con qué alegría iba a ser recibido en aquella casa, de la que procedía un delicioso olor a guiso, que estaba creando un sonoro ruido en su estómago…